ALFIO BASILE POR HUGO ASCH Al principio no lo supe ver. Cuando tiene 10 años, uno cierra los ojos y sueña que es el muchachito de la película. Y yo quería ser Perfumo, obvio. Pero cuando los abría, había otros héroes. El Panadero Díaz, por ejemplo, volando como un avión de caza en plena área enemiga. El Bocha Maschio, ese viejito sabio. Pizzuti, porque la gente gritaba “El equipo de José” y José era él. O Cejas, porque atajaba y me ahorraba hectolitros de lágrimas.
A Basile empecé a valorarlo más tarde, cuando fui creciendo, como a esas cosas que uno no ve, o ve mal; cosas que se descubren aunque siempre estuvieron ahí. Ciertas letras del tango, la filosofía, la ópera, el cine mudo o el alma femenina, en todo su misterio.
Basile se dio el lujo de jugar en dos de los más grandes equipos de la historia. El revolucionario Racing de 1966, una experiencia de “fútbol total” criolla anterior a la Holanda de Rinus Michel –alguna vez el Pulpa Etchamendi, un DT uruguayo muy gracioso se indignó: “¿Saben por qué Racing juega así, todos al ataque? ¡Porque Pizzuti es soltero!”–; y el Huracán de 1973; el de Menotti, Houseman, Brindisi y Babington. Una máquina.
¿Cómo era en la cancha? Mmm… Un caso similar al de Verón. Su valor era muy superior a su propia virtud, que no era poca. Fue un caudillo. Un líder. Podría compararlo con el mejor Ruggeri, quizá; pero creo que no le haría honor. Basile era más, en muchos sentidos.
Las lesiones lo obligaron a retirarse joven y los malos negocios a debutar como técnico antes de cumplir los 32 años, en 1975, cuando Simeone tenía 5 y todavía veía Plaza Sésamo en la tele. Peleó el descenso en equipos chicos, sin ayudantes, llevando él mismo las bolsas con pelotas y conitos, cobrando lo justo para vivir. Así y todo, en 1980, logró un subcampeonato con el modesto Racing cordobés de la Araña Amuchastegui y Gasparini. En 1985, cuando su Vélez perdió el último Nacional contra el Argentinos de Borghi, ya estaba maduro. Y llegó Racing. Aquel de Rubén Paz, Fillol, la Supercopa de 1988 y los dos Aperturas ganados consecutivamente, cuando todavía no eran campeonatos sino simples “primeras ruedas”. El último gran equipo del club.
Basile, que tenía la enorme ventaja de tener a todos sus jugadores en el país, armó la mejor Selección de los últimos veinte años, la que ganó la Copa América 1991 con Leo Rodríguez, Caniggia y Batistuta. En 1993 repitió el título, pero ya sin tanto brillo. Igual, el equipo estuvo 33 partidos invicto y era serio candidato a ganar el Mundial de 1994. Sin embargo todo se derrumbó de golpe, fatalmente. Por dos razones: a) el inexplicable 0-5 contra Colombia; b) Maradona, al que debió convocar, casi obligado. Dos catástrofes.
Aquel Maradona incontrolado, física y mentalmente al borde del abismo, lo arruinó todo. Y volvió a hacerlo años más tarde, con Basile sentado en el mismo banquillo. Aquel episodio que su hijo Alfito, vía Twitter, definió sin eufemismos como un “golpe de Estado”.
Basile no habló nunca sobre ese tema, ni lo hará. Esa clase de tipos, leales hasta lo ridículo, tangueros, sentimentales, duros en apariencia, seductores, algo machistas, cursis si hace falta, como los orilleros de Borges, arreglan sus asuntos cara a cara, mano a mano; sin testigos y a puerta cerrada. Y a bancar la parada, viejo. Antes muerto que botón.
En la Copa América 2007, gracias a un Verón generoso que aceptó quedar en un segundo plano, había armado una dupla soñada: el arisco Riquelme y el tímido Messi. Pura alquimia. Perder aquella final con el Brasil amarrete de Dunga fue una desgracia. ¡Era su tercera Copa América ganada y sin perder un partido! Y resultó ser nada.
Basile se fue, y lo que irrumpió, como un tsunami, fue la desopilante Armada Brancaleone maradoniana en Misión Divina hacia Tierra Santa sudafricana, en busca del Santo Grial futbolero que alguna vez nos fuera injustamente arrebatado. Un grotesco inolvidable. En fin…
Su paso triunfal por Boca y su extraño regreso, cuando fue obligado a convivir con el omnipresente fantasma de Bianchi, están muy frescos. Algo raro pasó ahí. Alguien le falló, intuyo. Pero ya saben: no comments. Basile calla. Y ahora es Racing.
Hablo de mi club y de uno de mis héroes infantiles. No seré parcial, sepan comprender. Ojalá ganen algo. Al menos sé que Basile los hará jugar bien, algo nada fácil en estos tiempos de especulación, malas artes, pelota parada y presión asfixiante en 30 metros, o menos.
Pero tengo fe: sólo Basile, intuyo, será capaz de descongelar de una vez a Gio Moreno y convertirlo en el fenómeno que amaga ser. Como un Yepeto futbolero, su vozarrón convenció a más de un Pinocho con botines que, en lugar de madera, tenía mejores articulaciones que Messi. Y funcionó. Porque el fútbol, además de ser una ciencia inexacta y azarosa, es un estado de ánimo. Pocos manejan esa arma poderosa como él.
Más que un campeonato, Racing, el club más melancólico del mundo, necesita recuperar el deseo. Las ganas de volver a ser, o de seguir siendo, que no es poco. Necesita que el equipo le haga honor a su historia, sobre todo ahora, que será conducido por un prócer de sus años más gloriosos: Alfio Basile, el último de los técnicos románticos.
Si ganamos algo, Coco, lo que sea, el brindis será con un Johnnie Walker Blue Label, el mejor. El tuyo. Y si no, también.
Menos que eso, ni una gota.
Esta nota fue publicada en la Edición Impresa del Diario Perfil