Reflexiones sobre la clase media en la calle
martinez09–11–2012 / Haré un ejercicio necesario. Separemos la paja del trigo; descartemos la fracción de energúmenos que hubo en las calles del país, disfrutando de su histeria y de la posibilidad de salir en una foto con una pancarta insultante.
Admitamos que fueron minoría respecto de los jóvenes y no tan jóvenes de clase media que fueron a expresar sus reclamos, con enorme inorganicidad, los que periodistas hábiles pueden mostrar como contradictorios en casos y hasta insostenibles en otros.
Admitamos también que no importa mucho eso. Que debe importar el hecho que centenares de miles perciban que les faltan tantas cosas, como para preferir una suerte de salto al vacío – ya que no aparecen en la protesta formas de atender los reclamos – antes que transmitirle confianza a un gobierno elegido por mayoría absoluta.
Intentemos procesar todo ese vértigo. Para eso es imprescindible encontrar los denominadores comunes. Al menos de la mayoría de la multitud, porque de nada vale descubrir un grupo de jóvenes que reclama contra la entrega minera, por ejemplo. Ese grupo confirma cierta confusión, pero no es el que da la impronta a la manifestación.
La inseguridad, la corrupción, la inflación, la regulación cambiaria, la supuesta re–re, son las consignas explícitas más agrupables.
El dinero derivado a los sectores más humildes vía subsidio, es la gran consigna ausente de las pancartas, pero que aparece en más del 50% de las personas que pasan a explicar por qué protestan.
¿Cómo se enhebra todo eso? ¿Cuánto hay de realidad y cuanto de sensación fogoneado por algunos medios y que termina siendo verdad revelada aunque no verificable? En uno u otro caso, ¿qué?
La corrupción es separable del resto. En el correcto imaginario colectivo, que debería cruzar toda ideología y clase social, se vota y se elige para administrar el bien común, no para chorear. Y desde tiempo inmemorial hay funcionarios elegidos por el voto y de los otros, que chorean.
El problema no es del gobierno nacional. Sucedió allí – hay casos importantes en la justicia -, sucede en un gobierno contratista como el de la ciudad de Buenos Aires, sucede en los municipios que administran fondos para vivienda o para trabajos transitorios. Tiene variadas formas: Nombramiento de ñoquis, construcción de obras innecesarias, chantaje a aquellos a quienes más se debe proteger.
Es parte de un componente histérico que se reclame por la corrupción de modo genérico y solo hacia el gobierno nacional.
Pero es imprescindible que un gobierno con vocación transformadora – y aclaro que creo que el actual tiene esa vocación – concentre su foco en marcar caminos nuevos en este tema. Son difíciles pero para nada imposibles.
Se trata de un mecanismo único y generalizado: Crear comités de control popular de uso del dinero público. Así como se eligen tantas otras funciones, debería haber comités de auditoría presupuestaria con transparencia y con responsabilidad de rendir cuentas públicas.
Camino complejo, pero se puede. Si queremos defender un Estado nuevo, hay que jerarquizarlo y creer en él. No solo la clase media que marchó ayer sino, ante todo, los integrantes del propio Estado.
La inflación, la regulación cambiaria, los subsidios a los humildes y la inseguridad son cuentas de un mismo collar.
Demostrar que eso es así, que los cuatro conceptos están vinculados es muy importante para un gobierno popular, que en rigor debe: explicar y justificar la regulación cambiaria y los subsidios a quienes menos tienen, que son dos ejes correctos; acotar la inflación y la inseguridad, que son dos problemas sociales.
En el capitalismo mundial, no solo en Argentina, se generan ganadores y perdedores que tienden a ser permanentes. Las cifras de concentración en Estados Unidos o en Europa a lo largo de los últimos 50 años son aterradoras.
Todos los gobiernos necesitan cobrar impuestos a los que tienen, para compensar a los perdedores, con diversas formas de lo que se ha llamado el Estado de Bienestar.
La capacidad de cobrar impuestos sin afectar demasiado el bolsillo de los sectores medios es uno de los desafíos de un Estado moderno. El éxito allí depende de dos cosas: contar con una economía suficientemente fuerte como para que se genere mucha riqueza; cobrarle a los que más tienen.
Es muy largo de profundizar el punto, pero es claro que Argentina está por la mitad de tabla en la productividad mundial y además también es claro que la proporción de impuestos que aportan los que más tienen no es la debida y eso afecta los bolsillos de los sectores medios.
Para mejorar la capacidad de generar riqueza hay que corregir el enorme desequilibrio producido por la presencia de tantas filiales de multinacionales, que importan insumos innecesarios, que no hacen investigación y desarrollo en el país, que no desarrollan proveedores locales.
Si queremos ser “más ricos” como país, nuestra producción tiene que ser “más argentina” y además tenemos que exportar cobre en lugar de concentrado de cobre; productos químicos en lugar de petróleo; etc, etc.
En paralelo, nada impide – al contrario: TODO OBLIGA – que se haga una reforma impositiva que reduzca la importancia del impuesto a la 4ta. Categoría y aumento los impuestos al patrimonio rural e industrial, así como a las ganancias de la especulación financiera.
¿Cómo se vincula esto con los reclamos?
– Que la regulación cambiaria es una necesidad obvia, que la aplica cualquier país y aquí solo resulta llamativa porque los ganadores, además de las empresas multinacionales y la patria financiera instalaron la imagen de que era un derecho sacar dinero del sistema, poniéndolo en otro país o bajo el colchón.
Mantener esa situación, que se debió corregido hace ya años, es convalidar las desigualdades y a la larga – como sucedió en 2001 – no solo perjudica a los más pobres sino también a los sectores medios. Se debe explicar y se debe entender, como modo de vida de cualquier país.
– Que los subsidios son inherentes a cualquier sistema capitalista y el reclamo no debe ser que se reduzcan o eliminen sino:
a) Que se administren con honestidad.
b) Que los paguen los que más tienen. Ergo: Reforma impositiva.
Quedan dos: inflación e inseguridad. Y luego la re-re.
– Desde hace mucho, los verdaderos causantes de la inflación han conseguido algo mágico: que quienes la sufren le echen la culpa a los gobiernos, como si solo ellos fueran los responsables. El ciclo 2003-12 debiera aclarar el tema, salvo para los que no quieren ver.
A pesar de los aumentos masivos, que varios años superaron el 20%, el salario real aumentó en promedio solo el 10%.
Donde fue a parar el resto? A inflación.
Quien se quedó con la diferencia?
La ganancia acumulada del sector empresario productivo y comercial aumentó en valor real mucho más de ese 10%, porque los precios aumentaron antes que los salarios y porque además los importantes aumentos de productividad desde 2003 se los quedaron los empresarios casi en su totalidad.
En definitiva: lo que sostengo es que en una economía tan concentrada, el intento del gobierno de poner algo de justicia con paritarias y aumentos de salario mínimo, termina siendo aprovechado por las grandes corporaciones formadoras de precios.
Que dicen los medios que expresan a estos formadores y qué convence a los sectores medios? El gobierno tiene la culpa porque gasta demasiado y genera demanda exagerada, con lo cual aumentan los precios, trasladándose eso al resto de la economía.
Es una discusión que viene de la historia, pero que el gobierno debe saldarla pasando del discurso – donde ya identifica a los formadores como responsables – al efectivo, rotundo y enérgico control, sin ningún circo generado por algún responsable tan excéntrico como ineficaz. Aquí valen los resultados más que las discusiones públicas y el gobierno tiene las herramientas.
La inseguridad es la más tremenda de las consecuencias del capitalismo salvaje. Los ganadores, o ni siquiera, los que suben pero pueden bajar, son atacados por los perdedores.
Se construyen sistemas sociales para evitar eso, pero las policías se asocian con mafias que se suman a los ganadores, desde sistemas perversos, donde la droga se suma como flagelo moderno, vinculado a la insatisfacción vital de grandes franjas de la sociedad.
Soy de los que creen que no hay mejor solución relativa que proteger económica y socialmente a los perdedores, construyendo un futuro para ellos, como forma de proteger físicamente a los potenciales agredidos.
También creo que poco se podrá hacer estructuralmente en este plano mientras los temas antes señalados, algunos de los cuales tienen solución a la mano, no se encaren.
Finalmente, la re-re es una anécdota menor dentro del conjunto.
Cristina Kirchner ha dado señales importantes de vocación de no buscar su continuidad en el gobierno, así sea para preservar su persona y su familia en un escenario íntimo que evidentemente no se imaginó nunca.
Los reclamos para que no haya reforma constitucional son fogoneados desde mezquindades palaciegas de políticos que no logran siquiera que los mencionen como esperanza, porque la mayoría ya gobernó y ya fracasó y además sigue pensando lo mismo que cuando gobernó.
La re-re no debiera ser un tema a discutir, sino que debiera quedar debajo, muy debajo de los caminos para establecer:
– Cómo eliminar de cuajo la posibilidad de corrupción creando comités de auditoría del gasto público.
– Cómo crecer sin los límites y perjuicios que fija la dependencia multinacional.
– Cómo tener una estructura impositiva que cargue mucho menos sobre los humildes y los sectores medios.
– Cómo controlar la inflación controlando a los formadores de precios.
– Como caracterizar lugar por lugar la forma de acotar y minimizar la inseguridad física.
Si la próxima marcha tuviera estas cinco consignas, cuenten conmigo.
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